Por Cristóbal Pellegrini, director del grupo de Energía de Barros & Errázuriz
Descontando la pandemia, el cambio climático es quizás el mayor desafío que enfrenta la humanidad y, a diferencia del coronavirus, se trata de un problema de largo plazo, eventualmente sin solución. Gran parte de ese fenómeno es imposible de controlar, pero en lo que queda de nuestro lado resulta imprescindible un cambio en producción de energía, dejando atrás los combustibles fósiles. Es ahí donde el hidrógeno verde (“HV2”) asoma como una solución.
Mucho se ha hablado del H2V como una fuente enorme de combustible limpio, que podría ser una gran forma de almacenar energía renovable y reemplazar principalmente al diésel en industrias enormes, como la minería, el transporte y las acereras, por nombrar algunas; pero no debe perderse de vista que su producción a gran escala enfrenta una gran incertidumbre de costo de producción y que, si no es capaz de competir con combustibles más contaminantes y baratos, tardará mucho, quizás demasiado, en reemplazarlos. En ese mismo orden de ideas, escuchamos diariamente sobre las ventajas comparativas que tendría Chile para producir H2V a bajo costo y, con ello, convertirse en uno de los productores y exportadores más relevantes a nivel mundial, lo que también tiene sus bemoles sobre los que debiéramos reflexionar.
Es cierto, Chile cuenta con ventajas, como la mayor radiación del mundo en el desierto de Atacama, justo al lado del potencial gran consumidor, la minería; o una capacidad eólica prácticamente sin igual en Magallanes; todo ello junto con los 6.000 kilómetros de costa que facilitan el acceso al agua y a la exportación de la producción. A esto se suma el enorme impulso que le está dando el Gobierno a la industria, sabiendo que puede transformarse en una gran fuente de riqueza para el país. Sin embargo, alcanzar precios competitivos será para Chile una carrera de largo aliento, en que las decisiones que se tomen al inicio serán cruciales.
De los desafíos que se identifican, están los que enfrenta toda la industria y los específicos de Chile. En los primeros podemos contar la necesidad de normativa específica que facilite la producción, almacenamiento y transporte del H2V, así como los avances tecnológicos necesarios para dar un gran salto de eficiencia en las actividades comentadas. Para el segundo grupo, contamos con definiciones regulatorias indispensables, solución de escollos que enfrenta todo desarrollador de proyectos y, lamentablemente, el clima político.
En definiciones regulatorias, pueden nombrarse, entre otras, las de almacenamiento, desalinización y uso de infraestructura existente. Como el costo de producción del H2V puede ser hasta 80 % de electricidad renovable, producida con factores de planta de 30-40 %, el almacenamiento de energía eléctrica es indispensable, pero no se ve mayor desarrollo de proyectos, por la poca claridad existente sobre su remuneración y, quizás, la falta de incentivos adicionales (tributarios, de financiamiento, etc). Asimismo, con una sequía intensa y extendida, el acceso al agua será en buena parte por la vía de la desalación, actividad que espera con ansias –y aún sin avances– una regulación que le permita desarrollarse masivamente. Finalmente, está pendiente la discusión sobre el uso de infraestructura existente, donde destacan los gasoductos, tema cuya resolución será imprescindible para bajar costos de transporte.
También resultan relevantes los problemas que actualmente enfrenta todo desarrollador. Con las metas del Gobierno, nuestro sistema eléctrico debiera más que triplicarse al 2030 –sin contar la inversión en las plantas de producción de H2V, desaladoras, puertos, carreteras, etc– pero la institucionalidad no está dando el ancho y no se avizoran grandes mejorías. Obtener derechos de uso de suelo fiscal o concesiones marítimas –ambos indispensables– toma años, y la evaluación ambiental es lenta y de resultado incierto, por la injerencia política en la aprobación final.
Finalmente, está la institucionalidad para la inversión extranjera. Solo podremos competir en esta industria si grandes empresas apuestan por Chile, para lo que resulta imprescindible dar señales claras y prontas de estabilidad regulatoria y política. Cuidar el prestigio ganado en las últimas décadas requiere de un cambio radical en el tono de la discusión política y la forma de legislar asuntos técnicamente complejos.
Aunque el H2V tiene desafíos por delante para ser costo-eficiente, Chile tiene otros aún mayores, comentados previamente, para entrar y competir en las grandes ligas, para beneficio de su gente. Esperamos ser capaces de resolverlos todos para aprovechar esta tremenda oportunidad que el futuro nos presenta.